Por qué las uvas autóctonas están de moda en el sector vitivinícola
La preferencia por las variedades locales es una realidad en el mundo del vino. Aunque el consumidor actual sigue valorando uvas tan populares como la tempranillo o la cabernet sauvignon, su gusto tiende cada vez más hacia las cepas autóctonas, como la treixadura, la albariño, etcétera, que comercializan pazo de baion vino y otras bodegas líderes en el sector.
Hasta la década de los ochenta y noventa, la mayor parte de los elaboradores se interesaban solo por variedades de fama internacional, por su rentabilidad superior, relegando a un segundo plano a las autóctonas. Un claro ejemplo es la treixadura, uva casi olvidada durante siglos, hasta recibir una segunda oportunidad de mano de las nuevas generaciones.
La treixadura no es la única variedad que ha sido «recuperada». Su misma suerte han corrido las uvas mencía, garnacha o brujidero, que si bien no estaban desaparecidas, fueron ignoradas largo tiempo. Paradigmático es el caso del resurgir del vino albariño.
Esta cepa de uva blanca, que presumiblemente fue introducida en tierras gallegas por los monjes de Cluny, aunque también podría ser originaria de esta CC.AA., se ha convertido en uno de los emblemas del vino de las Rías Baixas, donde se cultiva con su correspondiente Denominación de Origen.
¿Es correcto afirmar que las variedades locales están de moda o al menos en auge? Las cifras sugieren que sí. La demanda internacional de vino albariño ha impulsado el crecimiento de las Rías Baixas, cuya cotización por hectárea supera los doscientos mil euros.
Al margen de las estadísticas, un vistazo a los principales marketplaces es suficiente para comprobar el éxito de esta uva blanca, cuyo carácter autóctono no le ha impedido triunfar en otros mercados foráneos. De ahí que las botellas de albariño se vendan en países tan distantes como Brasil, Estados Unidos, Nueva Zelanda o Chile.