Un paraíso gallego que brilla entre miles
Hay lugares que te dejan sin palabras, y la playa de rodas mejor playa del mundo no se queda atrás cuando se trata de alardear de su encanto inigualable. Lo más sorprendente es que, en un mapa, parece un rincón más de la costa gallega, sin grandes pretensiones, hasta que uno pone el pie en su fina arena y comprende por qué fue catapultada a la fama internacional. No se puede describir la sensación de caminar descalzo con el suave murmullo de las olas de fondo y la vista de un agua tan transparente que, por momentos, uno pensaría que se encuentra en un paraíso caribeño. Y todo esto, a apenas unos kilómetros de distancia de una ciudad costera, con un fácil acceso en barco y un ambiente que rezuma una mezcla perfecta entre relax y aventura.
La primera vez que llegué a playa de rodas mejor playa del mundo, lo hice acompañado de un grupo de amigos que me habían hablado maravillas de ella. Aun así, mis expectativas se quedaron cortas, porque nada me preparó para la explosión de sensaciones que se desató apenas pisé su orilla. Recuerdo la suavidad de la arena, blanquísima y tan fina que se adhiere a la piel sin incomodar, dejando una huella tan discreta que a los pocos pasos ya parecía fundirme con el paisaje. Y no solo me conquistó el color de las aguas, que se debatía entre un azul turquesa y un verde cristalino, sino también la forma en que la marea se deslizaba con lentitud, invitando a sumergirse sin reservas en ese escenario de ensueño.
Al echar un vistazo a mi alrededor, me di cuenta de que la zona que la rodea es un refugio natural que se conserva en estado prácticamente virgen. En la parte posterior de la playa se alza una duna que separa el arenal de una laguna interior, creando un doble paisaje que uno puede recorrer sin prisas, maravillándose de la fauna y la vegetación autóctonas. En aquellos momentos, agradecí que el acceso a la isla esté regulado y que no se permita la construcción masiva de hoteles o chiringuitos a pie de playa, porque eso garantiza que el lugar mantenga un aura casi mística. Sentirse rodeado de naturaleza y de un silencio apenas interrumpido por el canto de algunas aves marinas me pareció un regalo difícil de describir.
Con el paso del tiempo, me enteré de la razón por la que muchos medios internacionales la incluyen entre los arenales más bellos del planeta. No es solo un capricho estético, sino la singular combinación de factores como la calidad de la arena, la pureza de las aguas y la protección del entorno natural, que hacen de esta playa un auténtico tesoro en todos los sentidos. En más de una ocasión, he tenido la oportunidad de charlar con viajeros que habían recorrido medio mundo y concluían que, a pesar de haber pisado playas tan icónicas como las de Bali o Hawaii, pocas les habían transmitido una energía tan pacífica y a la vez tan vibrante como este rinconcito gallego. Y, la verdad, no me extraña. Uno se queda embobado mirando la armonía de los colores, la silueta de los árboles de la zona y esa leve brisa que acaricia la piel con un frescor tan diferente al de otras costas más calurosas.
Si algo me sorprendió fue la accesibilidad, porque llegar hasta aquí tampoco exige grandes complicaciones. Basta con tomar un ferry desde el puerto indicado y, tras un rato de navegación, desembarcar en un lugar que parece sacado de un sueño. Ya no hace falta viajar a islas remotas con escalas interminables en aeropuertos para sentir que uno está en un destino exótico, y eso me parece una ventaja que hace de este enclave una elección perfecta para quienes buscan un paraíso al alcance de la mano. Además, muchos visitantes aprovechan para combinar la jornada de playa con rutas de senderismo por la isla, subiendo hasta miradores que ofrecen panorámicas de vértigo, con los acantilados besando el océano y las gaviotas planeando muy cerca de las rocas.
Una de las cosas que cautivan es la serenidad con que transcurre el tiempo en este lugar. A veces, cuando me tumbo en la arena y miro al cielo, siento que el reloj avanza más lento de lo habitual, como si el paraje tuviera el poder de ralentizar el ritmo frenético que nos acompaña a diario. Ese efecto resulta casi terapéutico, y lo mejor es que uno puede desconectar del ruido de la civilización y sumergirse en el murmullo del agua y en los suaves vientos atlánticos que refrescan el ambiente. Incluso la temperatura del agua, un tanto más fresca que en otras regiones, aporta un toque vigorizante que pone a prueba a los nadadores más valientes, aunque en verano alcanza un grado de calidez bastante agradable.
Es imposible no dejarse llevar por las sensaciones que evoca cada rincón de la playa. A lo largo de la orilla, me encanta caminar para sentir el suave golpeteo de las olas contra mis tobillos, mientras la espuma blanca se difumina entre los granos de arena. Y cuando cae el sol, el espectáculo cromático del cielo se refleja en el mar de una forma tan pintoresca que muchos visitantes sacan sus cámaras para capturar el momento, aunque, a decir verdad, las fotos raramente logran hacerle justicia a la realidad.
Quien haya experimentado la magia de este paraje sabe que las palabras se quedan cortas para describir la plenitud que se siente al contemplar su belleza. Una vez allí, todo encaja y uno entiende, sin necesidad de explicaciones, por qué los expertos en playas no dudan en señalarla como un referente de arena dorada y aguas limpias.